expats,  relatos

Expats III

 [viene de Expats II]


– Así que “el tambor del llano” es, en realidad, la tierra sobre la que galopa el caballo. Buscad más figuras retóricas como esta en los cinco textos que trataremos durante la semana y hablaremos de ello en próximas clases. Pasadlo bien. Pero antes, si no me los habéis mandado por correo electrónico, dejadme en la mesa los trabajos de la semana pasada.

Y con eso termina una clase más de las que imparto como Profesor Asistente. Es extraño lo rápido que se amolda uno a hablar con esta cadencia, un poco más lenta de lo normal, a repetir las cosas importantes casi sin darme cuenta, para que las alumnas y -os de primero de literatura española puedan seguirme. Mientras una fila de estudiantes más tradicionales me dejan sus copias de papel sobre la mesa saco el móvil del bolsillo y activo el sonido, viendo que tengo una notificación de correo electrónico, de “Kata-Ustream”, asunto “Last night lip-clip”. Sin pensar en dónde estoy, me preparo a abrirlo pero una voz me saca de mi ensueño privado.

– ¿Profesor Suárez, puedo hacerle una pregunta? -Obviamente, todos los sonidos z se convierten en s con la soltura de quien ha oído español en casa, seguramente mexicana.

– Claro -y dudo cómo terminar la frase al darme cuenta de que no conozco el nombre de la alumna en cuestión-.

– Soy Melissa, Melissa Castillo.

Melissa pronunciado con acento norteamericano, Castillo, con acento mexicano. Y su sonrisa me deslumbra.

– La profesora Goldsmith me ha dicho que usted trabaja en el tema de la guerra española y el exilio a Estados Unidos, ¿verdad?

Y yo asiento sorprendido de que la profesora Goldsmith, que pertenece a este departamento pero no ha tenido conmigo ni media palabra amable desde que llegué, sepa algo de mi trabajo.

– Yo quiero estudiar el erotismo místico de Juan Ramón Jimenez y pienso que usted me puede ayudar con eso.

Wow. Pienso. Veinte años y ya tiene un tema de investigación más interesante que el mío.

– Por supuesto -digo- ¿que te parece si te pasas por mi despacho en las horas de tutorías que son los martes a las…

– Lo siento mucho, profesor Suárez -me detiene a mitad de la frase, sin dejar de sonreír ni un instante- pero tengo clases a esas horas. ¿Quizá sería posible quedar más tarde de las horas de clase, por ejemplo en una cafetería?

– Bueno, no tengo ningún problema, siempre que no pueda ser de otra manera…

– Perfecto -y su sonrisa se amplía un poco más, algo que parecía imposible hace apenas un segundo. Eso es todo lo que soy capaz de pensar, parece que esta alegría californiana me deja un poco fuera de juego-.

– ¿Sabes dónde está Didi’s? -Y me pregunto si el cambio a segunda persona es casualidad-.

– Lo cierto es que no, no conozco demasiado el campus aún…

– No hay problema. Yo te mando un mapa al correo con direcciones. ¿Mañana a las cinco de la tarde está bien?

– Está bien, claro.

– Adiós, profesor Suárez.

Y se marcha dejándome con la sensación de que algo no está del todo bien. Me quedo un par de segundos parado mirando a la puerta y recuerdo mi teléfono. Me siento en la mesa y abro el correo, para descubrir que contiene la palabra Abruzzio y un solo enlace. Hago click en él y me lleva a un canal de vídeo alojado en Ustream. Me pide una contraseña para entrar y, ante la falta de otra indicación, tecleo “Abruzzio”. Voilá, comienza la emisión. Cinco minutos de vídeo editado que contiene fragmentos de conversaciones. Todo grabado, está claro, desde el Enenai de Kata y todo conmigo de protagonista. Y yo que creía haber estado obsesivamente atento al rojo parpadeo de esa maquinita. A los pocos segundos empiezo a notar que todos los clips se centran en mí hablando con o escuchando a Chris, y en todos ellos -horror- yo termino lamiendo ligeramente mi labio inferior y mordiéndolo un poco. Como si fuera un tic. Está claro que es algo de lo que yo no soy consciente. Pero lo hago, hasta seis veces en los diferentes fragmentos. Siempre mirando a Chris. Mierda. ¿Tan sencillo de leer resulto? Lip-clip, ahora entiendo. Al final, fundido en negro y la frase “Don’t bit yourself. Your secret is safe with me”. Y un smiley. Como en los ’80. Genial.

Recojo los trabajos de mis estudiantes, los meto en mi cartera y salgo desolado a caminar por los amplios corredores para encerrarme en mi despacho.

Genial.

Me siento en la silla y enciendo el ordenador para volver a ver el vídeo en pantalla más grande. Obviamente esto no lo hace mejor, sino más grotesco. ¿Se lo habrá enviado también a ella o se mantendrá al margen como indica al final? En cualquier caso, mierda.

Decido hacer lo único que puedo hacer en este caso que no resulta cobarde ni demasiado audaz… seguir como si no hubiera pasado nada y abrir una nueva sesión de chat con Chris en mi cuenta de correo. Sigo pensando que invitar a todo el grupo a mi casa para disfrutar de una “cena española” es una buena forma de conocerles mejor. A los pocos segundos Chris me responde que le parece una muy buena idea y que ella se encargará de convocar a la gente. Mi pequeño apartamento no es ningún lujo, pero espacio para cuatro o cinco personas sí que hay, y unas buenas tortillas con varias botellas de Rioja no pueden hacer daño a nadie. Varios intercambios de mensajes más tarde ya está todo listo, el miércoles a las cinco de la tarde quedamos en mi casa para preparar la comida -parece que ella va a llevar algo mexicano pero quiere aprender a hacer tortilla a la española- y el resto llegará a las siete. Suena como un buen plan.

Aún estoy sonriendo como un idiota cuando me llega un email de Melissa con la dirección de la cafetería, que resulta ser una confitería o algo así, en la que quedamos el martes. Parece que está mucho más al sur del campus de lo que yo había previsto, para nada cerca de la parte de Humanidades. Extraño. Firma el email con cinco versos de Juan Ramón Jimenez “No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo, / ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano; / eres igual y uno, eres distinto y todo; / eres dios de lo hermoso conseguido, / conciencia mía de lo hermoso”. Y tras leer la cita yo me pregunto cómo la tarde se ha podido volver tan extraña en tan solo unos minutos.

Dedico un par de horas a olvidarme del mundo, metiendo las narices en los trabajos enviados por mis estudiantes y, al darme cuenta del nivel intermedio de redacción que tiene la mayor parte de ellos, me pregunto por qué Melissa estará en esa case, ella que es claramente una hablante avanzada, y si no fuera por sus errores de coordinación diría casi bilingüe. Seguro que su abuela es mexicana y el español de sus padres ya está mezclado con muchos anglicismos, seguro que ella aprendió en casa pero también en la escuela, y de ahí la fluidez de expresión pero también de ahí los errores. Con un nivel como el suyo, ella podría haber pasado a Español 101 directamente en vez de hacer el curso de introducción, destinado sobre todo a enseñar vocabulario y practicar análisis básico.

Busco su trabajo entre los que me entregaron en papel y lo corrijo antes que los demás, con curiosidad, para comprobar que es casi impecable, y que está claro que esa chica sabe lo que hace en cuestión de análisis literario y cultural. 


Termino el resto de la pila y subo las notas a la web del curso, dejando los originales corregidos en una bandeja junto a mi puerta.

El camino a casa es refrescante, están poniendo los aspersores para regar las zonas ajardinadas y el cielo de Los Angeles se está volviendo oscuro con tintes rojizos. Cosas de la polución, supongo.

En casa vuelvo a ver el vídeo de Kata y me horrorizo sádicamente ante lo evidente de mi gesto. Y, sin querer admitirlo del todo, ante lo rústico de mi acento cuando hablo. Lástima no haber aprendido la lengua de Dickinson siendo más joven. Me ahorraría muchas “j” embarazosas y quizá me daría un ritmo más coherente al hablar, y no está mezcla de british/american con la que me expreso. Lip-clip. Cuanto más pienso en ello, más gracia me hace. Desde la distancia, claro.

En un extremo de la pantalla veo el nombre completo de Kata “Katharina Rebecca Schweizer”… así que dejo a Google hacer un poco de su magia acosadora y me encuentro con diferentes páginas que apuntan a ese nombre, y varias de ellas señalan realmente a la Kata que yo conozco. Después de media hora de obsesiva investigación, compruebo que Kata lleva desde los dieciocho años experimentando con las artes visuales, publicando en diferentes medios y ganado premios por su trabajo. Veo mucha fotografía experimental, bastantes desnudos -algunos autorretratos que me resultan vouyeristicamente fascinantes a pesar de la estética oscura que ella cultivaba en aquellos años-, después pequeños vídeos que son más concepto que otra cosa. Luego sus últimos proyectos, documentales que parecen interesantes. Me descargo uno sobre un orfanato de Hamburgo y veo parte de otro sobre mendigas en Venice Beach. Fascinante. 

Son las ocho de la noche y estoy solo frente a la pantalla de mi ordenador que me ilumina y proyecta un cono de luz a la habitación. Todo está oscuro afuera. 

Tomo impulso sobre mi silla y cojo la chaqueta que dejé la noche pasada sobre el sillón. La puerta retumba a mi espalda y yo camino calle abajo. Tengo hambre y sed, ganas de comerme esta ciudad y casi todo lo que contiene. 


Mis pasos intentan ser tan amplios como mi sonrisa.

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