Geometría del reverso,  relato

Laura en sección


Las palmeras estaban inmóviles, con hojas abatidas en la oscuridad que parecían peines de viento o rastrillos de otoños por llegar.


Laura se rió de su propia afición a las descripciones melodramáticas y suspiró sin saber qué hacer con su vida.


Se sentó sobre el césped, a la entrada del parque que separaba varios de los edificios de la universidad. Desde esa altura apenas se veía el reflejo de tercera mano que generaban los focos del teatro. En las montañas, al oeste, casi invisibles bajo la incipiente niebla que parecía estar cayendo sobre los edificios, se intuían pueblos que nada tenían que ver con su realidad de estudiante. Algunos coches circulaban como hormigas a lo lejos, por la interestatal que acariciaba el mar y se perdía en el desierto.


Todo a su alrededor era ruido amortiguado.
El rumor de tres mil ochocientos cincuenta y ocho pares de pulmones exhalando e inhalando en la proximidad de aquella calle de universidad sobreprivilegiada no significaba nada.


Era viernes noche y su agenda estaba totalmente abierta. Sus tareas completadas. Sus ataduras cortadas, incluso las voluntarias. El estado en Facebook de su novio, desde hacía dos horas, «Soltero». ella aún no había reunido la energía mental necesaria para pulsar los botones pertinentes y ajustar la simetría de la situación. Su noche estaba abierta. Su vida, parecía, a ratos, vacía. Tras su última clase no tenía nada que hacer. 22 años recién cumplidos y sin planes para el fin de semana. Sin planes reales para el futuro. Previsible y aburrida tristeza marcaba su vida interior. Mejor vivir hacia fuera, por unos días. Pensaba.


Se fijó en las puertas batientes del edificio internacional, que permanecían inertes, y escuchó el aire acondicionado susurrar obviedades desde su caja de cemento. Era una noche para olvidar.


Un hombre de unos cuarenta años paseaba ensimismado por la calle pincipal, pasando las hojas de un cuaderno de bolsillo negro. Llevaba, de manera aparentemente no-irónica, una chaqueta de pana desgastada por los codos que contrastaba con la coolness del lugar. Era una chaqueta usada, no desgastada antes de venta.


Un silbido agudo, más intuido que escuchado, murió en sus oídos y la hizo pensar en bocinas de barcos perdidos en alta mar. En la última nota que produce la fricción entre arco y cuerda de violín.


El hombre de la chaqueta de pana se llevó la mano a la oreja y miró rápidamente a su alrededor, fijando en Laura una mirada sorprendida. Laura sonrió y señaló a su propio oído encogiéndose de hombros. El hombre levantó una mano a modo de saludo tímido y su mirada pareció quedarse colgada de la libreta negra. Pasados unos segundos volvió a mirar hacia Laura y echó a caminar calle abajo, primero lentamente y después con pasos rápidos.


Su figura se perdió tras los arbustos que adornaban el camino y Lauda volvió a estar sola sobre el césped.


Pasó la palma de su mano derecha sobre la hierba, notando cómo las puntas flexibles se doblaban y cosquilleaban agradablemente entre sus dedos. Dejó que los minutos se convirtieran en un juego de vegetación contra carne humana y recordó otras caricias, ahora resumidas en un clic de ratón dirigido a las pantallas de todas sus amistades.


Tan concentrada estaba en los movimientos de los tallos doblados bajo su mano que no vio la figura que se acercaba por el camino hasta que estuvo a apenas dos metros de donde ella estaba sentada.


– Hey, I am sorry…


Laura se movió hacia la derecha, sorprendida, y notó que la hierba estaba ligeramente mojada. Laura exhaló con fuerza, sin darse cuenta de hacerlo.


– I am really sorry, but…


El hombre de la chaqueta de pana se detuvo frente a ella, ambas manos extendidas a modo de disculpa, tratando de tranquilizarla. Laura podía notar cada latido en el eco que retumbaba dentro de su cabeza.


-… I just need to ask you if you felt it before, that… sound.


El hombre hablaba con un marcado acento. Sudamericano, quizás. Laura asintió y trató de ponerse en pié con demasiada rapidez, trastabillando en varias direcciones antes de recuperar totalmente la posición vertical.


El hombre de la chaqueta de pana esperó a que ella terminara de recuperarse, esbozando una mueca que podía pasar, bajo la atenuada luz, por una sonrisa de disculpa. Mientras sacudía las hojas que se habían pegado a sus pantalones, Laura observó que el hombre tenía la frente cubierta de sudor y que un ligero espasmo parecía sacudir la comisura derecha de su boca cada par de segundos. El hombre la miraba con intensidad y sus manos, aún alzadas, parecían temblar. Extraño. De repente fue consciente de estar frente a un completo desconocido, varias décadas mayor que ella, al que no recordaba haber visto nunca en el campus. Miró a su alrededor observando aliviada cómo un grupo de estudiantes hablaba animadamente a la entrada del edificio internacional, tras las iluminadas puertas. Decidió alejarse del césped.


– Bye!


Y comenzó a caminar hacia la acera.


– Wait! Please… I just want to know if you felt the same way that I felt!


Genial, pensó ella, un chalado había entrado en el campus. Siguió caminando pero el hombre alargó sus brazos y la agarró por los hombros, obligándola a darse la vuelta.


– It is really important for me to know what you felt!


Laura notó cómo un escalofrío paralizaba su cuerpo. Luego recordó sus clases de defensa personal, se sacudió de su agarre y comenzó a correr hacia el edificio.


No se detuvo hasta que llegó a las puertas del edificio y sacó su tarjeta para pasarla por el sensor que permitía el acceso. Escuchó aliviada el pitido que anunciaba la apertura de la cerradura, empujó la hojas de metal y vidrio, y las cerró tras de sí, dándose la vuelta y mirando por primera vez lo que había dejado atrás.


La esquina del parque estaba desierta, la calle ligeramente iluminada, pero el hombre de la chaqueta de pana no estaba allí.


Miró hacia la izquierda y derecha de la puerta, para asegurarse de que el extraño hombre no escondido en la penumbra del  edificio, y se dirigió, ante las miradas preocupadas de los chicos que estaban en el recibidor y que habían presenciado su carrera y posterior entrada con sorpresa, al anticuado teléfono de color rojo que colgaba en un rincón. Descolgó el auricular y sintió un alivio casi físico cuando escuchó la voz del teleoperador de noche responder.


– Campus Security. What is your emergency?


[foto]

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